Llevo muchos años viviendo sobre la faz de la tierra 
y miles mas viviendo en las tinieblas eternas...
Soy un alma solitaria y creo que seguiré así hasta el fin de mis tiempos...
Me gusta alimentarme al despertar...
Y nunca me alimento de la sangre de los animales...
No hay nada que me sacie mas que la sangre de los humanos...
La noche es parte de mi esencia...Su oscuridad es mi cómplice... 
Y la luna es mi amada eterna... 
Uno de mis placeres son los libros y la observación nocturna...
Se que tal vez no lo creas...Pero soy la madre y reina de los vampiros...
Si es que aún quedan de ellos sobre la faz de la tierra...
Puedes seguir tu camino o detenerte ante mi...Y caminar a mi lado...
Seras aceptado solo si crees en la magia...
Si es así...Sigue mis pasos...En este mundo que ante ti se abre..

jueves, 17 de noviembre de 2016



Nada hay más amargo que la muerte sin rumbo, el morir aquejado
con la indecisión entre los dientes, masticando y masticando humo,
delirando con la frente en los zapatos, increíblemente maniatado
por un susto que no llega nunca, por un terror que se deshace entre
llanto y llanto.

Nada hay más amargo que la muerte ensimismada, la que trae
soledades misteriosas, una suspendida imagen de polvorientas
nubes grises, reprimiendo la palabra como deshaciendo el corazón
para esa última morada, que sopla fuerte, que se tuerce bajo tierra,
con flores blandas o un solitario adiós tras los años que se vienen
y no paran.

Nada hay más amargo que la muerte sin pequeños dramas, pues
engendra las rutinas más perversas, y te cava un hondo desafío
para morir entre fuegos y rosas negras o moradas, sin saber
que la vida es un juego, donde corre raudo el bufón que te saca
la lengua y se ríe de ti y de tus pálidas nostalgias, que se arregla
la cara con lápiz labial y un tanto de lágrimas, y se esconde en tus
ojos como una aventura, como queriendo probar tu alma, y saber
de qué cuarzo o altura estás hecho, no ser tan malo cuando la
cuesta baja, y enseñarte que se vive para coger del fondo de la razón
humana, un cariño, una mentira, que ayude a descocer esos pequeños
dramas. Volver de nuevo a las andanzas y así vivir enarbolando el alma.



He despertado junto a tu cuerpo inflamado en llamas.
¡Qué hermoso refugio! ¡Qué díscola sensación saberte endemoniada!,
o entregada al goce furtivo de los raudos instintos, los que se agazapan
y luego zarpan como una fiera en su adiós definitivo.

He despertado para ti, amada del cadalso y de las rojas playas
de arenas huidizas, he visto cómo ha crecido tu vientre bajo las olas
de una infernal marea, y me he envuelto con tu impotencia para saber
cómo deambula la vida sin ese loco corazón cautivo, que de cuando
en cuando aparea un disfraz amargo, o la solitaria bendición de un enigma.

He descifrado todos tus mitos, y no encuentro manera de endulzar
tu paladar; la hiel se va apoderando de mi aliento y con ella, voy entrando
a tus terrenos, voy surcando la feroz entrada de tus senos, el coloquio de
saberte ensimismada y gris como una temporal manera de acabarnos,
de morir un poco cada día para restaurar el corazón atribulado.

He anochecido con la madrugada hecha añicos, y la mirada derrumbada
por un brutal infierno de los celos; aún así he continuado amándote, perdida
entre semblanzas y míticos placeres de un solo sabor amargo, de una sola
impía manera de adorarnos, y he descubierto que no existes, sino
en el rastro de un espejo que me observa siempre, como dejando persistir
el escabroso grito que me acude al levantarme, e inflamando en llagas
el alma ciega y solitaria, el gozoso cauce de presumirte en mí como
una fantasía o una sombra silenciosa, harta de callarse.

Nadie se queja cuando de tu cuerpo extraigo oro y agua bendita,
saber que de tus íntimos encuentros me rodeo para saberte mía;
y mientras tanto, merodeo cerca a tu regazo, para envolvernos
sin que tu miedo tiemble en la noche más perfecta de las agonías.

Nadie ha conocido más que yo los sabrosos gemidos que dan vuelta
y media en tus sábanas rotas; nadie más que yo, el sonido distante
de tus lágrimas purísimas, acabando el día con la misericordia
que he llegado a doblegar en la puesta del sol y la encumbrada rutina,
ceñida a los patíbulos de mi corazón.

Nadie ha puesto en tela de duda que te conocí más horadada
que una afrenta impía estampada como sello del milagro inesperado,
de ese cruel destino que te vuelve hermosa y omnipotente cuando
sumas al amor tus furtivas estocadas, y vuelves en los ojos del hombre,
la mortal puñalada, dulce y misteriosa, nunca acabada, jamás poseída.

Si de tu sangre abastezco el olivo, la tierra estéril del desencanto;
si de tu sangre cojo el bello amanecer y la luz brillantísima apareada
como un vuelco inconcluso de la cosecha de rosas fugitivas;
si de tu sangre extraigo el oro virgen y la esperanza de saberme menos
turbio, menos extranjero para mis afectos cosmopolitas, entonces
voy haciendo divino el sostenido desdén con que me miras.

Allá en tu morada, a donde nadie acerca los pasos ni la agitación
de sus impulsos, yo voy un tanto simple, vestido con sandalias
y el alma agazapada, yo voy a mi manera, y así, distraído y menos
egocéntrico que los demás mortales, logro perpetrar un loco beso tuyo,
volver tus ojos incrustados a los míos, aunque cada vez que pueda
tenerte en abrazos añorados, sueltes tu saliva y tu desprecio,
el balbuceo incongruente que haz instalado como una tienda de campaña,
para que no te sigan pasos encumbrados o razones taciturnas,
sólo el alma amancebada de mis pasatiempos y mi retocada locura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

  Mi amor total, mi muerte en vida, mi horror en la vida... La pena y la desgracia, el olvido y la tristeza... Y yo aquí, esperando la et...