Así te tengo, desaliñada, absurda, como entregada
a los parajes solitarios del desamparo y de la penumbra.
Así te llevo, convulsa, abstraída entre abrazos y desganos
que un día cobijaron gotas tibias, un desliz en los amaneceres
de esta vida que ya golpea a fondo su marea, y esos ojos grises
que no dejan descansar mi manos, pues al verme pides todo,
y todo lo complazco.
Así te llevo, complacida y heroica, beata y pérfida de hambre,
con las manos te siembro una merienda, y con el alma
vuelvo a ti en forma de sorpresa. No me dejes absorber el fondo
de tus ciénagas en mi lecho, que de a pocos construí para la
ofrenda,
te extraño y te pertenezco, y no pido de ti sino la forma inmensa,
de parecerme a tu corazón silenciado de trinos y una nostalgia
en la ventana. Pues así te llevo diáfana y soslayada, como el sol
que trae sus faroles, y todo lo agiganta.
Mientras abrazo tu cuerpo, reluce en mis ojos esa vibración omnipotente
que traen tus entrañas, ese marasmo dulcísimo ensoberbiado, la turbación
perpetua que engendran los abismos, o un simple adiós cogiéndome
las manos.
Disuelvo en agitados mimos ese anhelo de tenerme para tus pies,
para la piel extasiada de los que zurcen con agonía el impío placer
de conmover el dolor sin temor a nada, de los que llaman a tu puerta
con el antojo de saberte a fruta fresca, y dejar en vez de rosas, un
aguijón que espanta o una semilla poblada de rarezas.
Tengo que acariciar el sol para descender a tus labios y ofrendarles
mi sabor a sal, mi menuda existencia para que me reconozcan como
a una ofrenda donde la duda sea gracia de Dios, o como a un pálido
despojo donde se recueste la ternura en sus más recónditos dominios.
Situarme tras tu corazón, con las piernas dobladas y los brazos atornillados
a tu espalda, quererte así, obtusamente abstraído, diametralmente opuesto
a tus descensos o a esa luz purísima que tocas y luego dejas caer para
quebrantarme en un sollozo virginalmente apacible, donde los afectos
amanezcan con la voz levantada en medio de proclamas, o sean una
sola idea fija que entorpezca nuestra alma.
Así entonces visualizar cómo articulas mis ojos desorbitados
dentro de tus lágrimas, entre tus piernas, o más allá de tu silencio
gozoso; ser el animal perfecto situado como un rasguño vital en tus
pezones, merodear en tus orgasmos la inevitable flama, el entrañable
gusto por arrancarte desde un gemido, una boca ansiosa o desesperada,
y así poseer de tus simplezas, poseso y más irreprimible que nunca,
ese sudor en tus caderas, esa gota que rebalsa en tono de aguardiente,
la complacencia inevitable, el dolor de no tenerte apenas ni siquiera
en medio de palabras.
De tus labios partieron golondrinas y una blanca paloma anochecida,
nos estaban trayendo el rito sagrado, la verdad absoluta de porqué
cambian los enigmas, de porqué el cielo ya no construye castillos
de hojas blancas o el cristal su resplandeciente brillo en las orillas.
Nos han dicho tantas cosas sobre el dulce anclaje de los corazones,
que sus latidos han sido deducidos de un verso o de un cuento
milagroso, que ansiamos un nuevo presagio, una nueva forma
de acicalarnos, un perfecto convite donde estrechemos las manos
de todos, y entre todos nos enrosquemos como una voluntad creyente.
Nos han besado como a impuros mortales, sedientos de corazón
y palabras estúpidas donde la llaga crece y reproduce su hastío.
Nos han quebrado el alma como a una idea sin forma, y estamos
aquí, parados en este brusco desvarío, porque creemos en los dioses
que apacientan la noche con resignación y un rezo predecible.
Creemos donde todo llega a puerto firme, y descreemos lo que no tiene
una acústica perfecta para la duda o el desaliento. Y es precisamente
lo que nos ciega, la ignorancia reducida a borbotones, el preludio
de no saberse amar como el océano a sus fragantes mareas,
lo que dinamita ese sueño que tú y yo acertamos a ver cuando crecía
el cariño en cada rostro, la caricia en cada nombre, y todo era porque
de la coraza del alma se vendían corazones rotos, que luego reparaban
aquellos profetas que proclamaban la condición humana; y pintaban
de colores el andamio por donde subía la sincera y noble pretensión
de la palabra, esa que sin doblajes ni púrpuras mentiras endiabladas,
transita su ropaje, cultiva sus andanzas, recuesta transitoriamente
la cabeza mientras pasa en caravana ese dolor que a todos desespera,
que a todos amilana.
De tus labios me queda la golondrina pálida y la cosecha de invierno,
y una que otra mentirilla para vivir a medias, para gozar del desconsuelo,
para saber todo de ti en medio de la risa, y de este abrazo que a tropezones
suelo dártelo por las mañanas, y que por las noches lloro de no tenerlo.
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