Llevo muchos años viviendo sobre la faz de la tierra 
y miles mas viviendo en las tinieblas eternas...
Soy un alma solitaria y creo que seguiré así hasta el fin de mis tiempos...
Me gusta alimentarme al despertar...
Y nunca me alimento de la sangre de los animales...
No hay nada que me sacie mas que la sangre de los humanos...
La noche es parte de mi esencia...Su oscuridad es mi cómplice... 
Y la luna es mi amada eterna... 
Uno de mis placeres son los libros y la observación nocturna...
Se que tal vez no lo creas...Pero soy la madre y reina de los vampiros...
Si es que aún quedan de ellos sobre la faz de la tierra...
Puedes seguir tu camino o detenerte ante mi...Y caminar a mi lado...
Seras aceptado solo si crees en la magia...
Si es así...Sigue mis pasos...En este mundo que ante ti se abre..

jueves, 17 de noviembre de 2016



Aquí estoy, sola otra vez, como tantas otras, tantas que ya perdí la cuenta, pero no debería importarme demasiado. En realidad, ya debería estar acostumbrada.
Estoy sola otra vez, pensando que quizás la vida no tenga un sentido determinado, sólo el que el resto de la sociedad se empeña en darle. Tal vez no sirva de mucho tener algo a lo que aferrarse, casi con desesperación, o en su defecto, a alguien.

Mientras, me hallo frente a la hoja de papel, alternando el trazo de mi pluma con caladas a un cigarrillo, mi eterno compañero de batallas, de mis noches en vela.

Un reguero de humo sale de él. Permanezco así un lapso de tiempo indefinido, sin saber con certeza cuánto, absorta en mis pensamientos, tal vez un minuto, dos, cinco... Realmente no lo sé.

Me sorprendo de repente a mí misma preguntándome cuántos segundos de vida me quitará cada bocanada. A continuación, sonrío con un sentimiento confuso dibujado en mi rostro. ¿Malicia? ¿Nostalgia? ¿Picardía?

Fumar mata lentamente, pero tiempo es precisamente lo me sobra. Estoy sola y, al fin y al cabo, no espero nada de nadie. Hace ya demasiado que me cansé de esperar.

Desencantada estoy por completo: de la vida, del amor y... hasta del ser humano. Puede que haya invertido el orden de los factores, pero, en cualquier caso, el resultado viene a ser el mismo.

Hay veces en las que la desesperanza y la desilusión se apoderan de mí. No soy frágil, aunque en ocasiones añore el calor de un cuerpo a mi lado, un beso o una caricia... Poco o nada importa eso ahora, pues estoy sola.

En cualquier caso, hay otros placeres en esta vida. Suspiro, pensativa, con mi pluma en la mano. Frente a mí, puedo ver un conjunto de muebles y cuatro paredes. Justo delante, el papel, el cigarrillo a medio consumir... y el Destino.

Siempre hay tiempo para retomar nuestro camino, hacia adelante. No importa cómo, dónde o cuándo. Sólo es cuestión de determinación y hacerlo, haya alguien a tu lado o no, estés solo o acompañado.
CUERPO MANCILLADO, ALMA VACÍA

Por su cuerpo habían pasado otras manos que la habían acariciado, pero nadie había llegado hasta su corazón, ni se había detenido a conocer a fondo a la dueña de esos latidos que actuaban por inercia, no porque se sintiera amada de veras.

Las lágrimas habían brotado de sus ojos tiempo atrás, pero tal era su cansancio, que decidió que dejasen de fluir. Vivir pronto se convirtió en un hábito y, prometiéndose a sí misma que jamás amaría de nuevo, cerró a cal y canto las puertas de su corazón.

Su creencia era que, si conseguía poner cerrojos a sus sentimientos, sería feliz al fin, sin necesidad de pensar en nada ni nadie. Ella no quería parecer frágil ni vulnerable. Si por un casual llegaba a dar esa imagen, nunca se lo perdonaría.

De día, conseguía maquillar ligeramente esa sensación de soledad que habitaba en su alma de forma permanente. Por la noche, en cambio, la soledad le invadía. Durante muchos años, pese a sus arduos intentos, sollozó en silencio, pero con el tiempo dejó atrás sus lágrimas, o eso creía.

De puertas afuera, no quería que nadie se enterase de cuán vacía le resultaba su existencia. De hecho, acostumbraba a salir los sábados hasta altas horas de la madrugada, pero sin querer comprometerse con nadie. Su único pretexto era encerrarse el domingo en su casa, sin ganas de nada.

Su única compañía era una taza de humeante café y un cigarrillo a medio consumir, sustraído del paquete que había comprado la víspera, en la máquina de tabaco de alguno de los bares en los que había hecho acto de presencia la noche anterior.

Sin embargo, aquél no era un domingo cualquiera. El cielo estaba poblado de nubes grises, indicio claro de la tormenta que se avecinaba. No era lo único diferente: algo en ella había cambiado. Sintió de repente una necesidad imperiosa de salir a pasear.

Sin darse cuenta, las gotas de lluvia comenzaron a mezclarse con sus lágrimas. Así, fue plenamente consciente de que se hallaba sumergida en una existencia vacía, carente de sentido, encerrada en un cuerpo mancillado por unas manos que no se esforzaron en tocar más allá del encaje de su sujetador.

Debido a la terrible sensación de angustia dentro de las cuatro paredes que formaban su hogar, y a que temía que se le cayera la casa encima, se animó a modificar su rutina y pisar la calle.

Alentada por la lluvia que comenzaba a mojar sus cabellos, empezó a cambiar la percepción de su situación personal, reparando en el verdadero daño que había hecho a su corazón, impidiéndose a sí misma mostrar que en verdad tenía sentimientos.

Así pues, María gritó, sollozó y, por primera vez en muchísimo tiempo, lloró libremente. Por un instante, sintió que, como el ave Fénix, resurgía nuevamente de sus cenizas.

Por fin tomó conciencia de qué le pasaba y decidió dejar atrás aquella imagen de mujer fría, temerosa de mostrarse tal cual y ser herida una vez más. Al fin era libre de sí misma y de la careta que había fabricado para alejar a los demás.

Extendió sus brazos bajo la lluvia como un pájaro extiende sus alas al volar, y sonrió con un deje de amargura, mientras dejaba al mismo tiempo aflorar las lágrimas bajo sus ojos y parecía querer vislumbrar en ellos un destello de esperanza. Tal vez no fuese aún demasiado tarde.

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