de tu risa de tormenta;
cuando la arista de tu llanto
quebró las luces plomizas de mi puerta.
Hablaron los naranjos de mi pena
y a tu quebranto le brotaron vientos
y nos llovieron solitarias las palabras.
Decías que nada era distinto;
que el instinto buscaba donde siempre,
valiente y atrevido;
volcado del lado del presente.
Callabas
y me sentí vencido
en el empeño indestructible de tenerte
y agonicé;
perdido entre las calles grises de mi destino.
Pasaron las horas de los años en un segundo
y en el extraño espacio de tu mundo;
me hice necesario.
Huimos del final, desposeídos;
heridos de deseo;
conjurados al amparo de la idea de tenernos
en vientos y en mareas;
de sabernos eternos y escribirnos;
de sentirnos amantes de presente y de pasado
y hartarnos de futuro.
Te quiero entre los mundos de mi alcoba,
ahora que todavía soy verso.
Te quiero en el encuentro de mis piernas,
en el caudal salino de mis venas;
donde amparan las bocas y las ropas vuelan;
donde tus lluvias quieran, y mis lujurias.
Te quiero con tus dudas y tus miedos;
porque somos;
porque callamos;
porque decimos;
porque el suelo es mi boca y el cielo tu carne
y nos tenemos hambre;
a nuestro modo.
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