Se me apago el amparo
de tu risa de tormenta;
cuando la arista de tu llanto
quebró las luces plomizas de mi puerta.
Hablaron los naranjos de mi pena
y a tu quebranto le brotaron vientos
y nos llovieron solitarias las palabras.
Decías que nada era distinto;
que el instinto buscaba donde siempre,
valiente y atrevido;
volcado del lado del presente.
Callabas
y me sentí vencido
en el empeño indestructible de tenerte
y agonicé;
perdido entre las calles grises de mi destino.
Pasaron las horas de los años en un segundo
y en el extraño espacio de tu mundo;
me hice necesario.
Huimos del final, desposeídos;
heridos de deseo;
conjurados al amparo de la idea de tenernos
en vientos y en mareas;
de sabernos eternos y escribirnos;
de sentirnos amantes de presente y de pasado
y hartarnos de futuro.
Te quiero entre los mundos de mi alcoba,
ahora que todavía soy verso.
Te quiero en el encuentro de mis piernas,
en el caudal salino de mis venas;
donde amparan las bocas y las ropas vuelan;
donde tus lluvias quieran, y mis lujurias.
Te quiero con tus dudas y tus miedos;
porque somos;
porque callamos;
porque decimos;
porque el suelo es mi boca y el cielo tu carne
y nos tenemos hambre;
a nuestro modo.
Una Venus en ,,,
Ah! ¡Cómo extraño ser golpeado!”, se quejó Leopoldo, poniendo los ojos en blanco. Incluso el que tenía todavía “en compota”. Llevaba una temporada de recuperación en un hospital de Lindheim (Alemania) luego de que la punta de un rebenque se le llevara casi un ojo, junto a un cuarto de su cara. Hay un morboso placer en el dolor. Para quien lo causa y para quien lo recibe. Dicen,no sé. Mientras dos estén de acuerdo (quien dice dos, dice tres o cuatro) y los vecinos no se quejen, en privado, todo vale. La historia de sádicos y masoquistas se remonta mucho más que un barrilete. Pero hubo dos hombres que, separados entre sí por un siglo, dieron sus nombres a prácticas sexuales opuestas y complementarias. Sade y Masoch. De ellos derivó el masoquismo, el sadismo, y ambos en un mismo combo: sadomasoquismo. La erotización por el dolor, como ven, no es cosa novedosa. Cada vez que el mundo atraviesa un desasosiego, sobreviene la falta de deseo sexual. Entonces, la sociedad de los poetas vivos aprovecha y mete mano sobre material ajeno. Y promete sensuales paraísos perdidos, con auxilio de la infaltable pastillita azul.,,
Aquel paciente austríaco del hospital de Frankfurt era Leopold von Sacher-Masoch, un aristócrata ocioso que puso de moda el gozo inverso al sadismo. Pedir que lo golpeen con furia para alcanzar un orgasmo más completo y duradero. Una manera algo burda de describir el placer sutil de la sumisión, que está entre las parafilias sexuales más comunes; el masoquismo.
La subcultura BDSM (Bondage –atar con sogas–, Disciplina, Sadismo y Masoquismo) dio pie a una nueva ola de films y piezas teatrales “de tocador” y alimenta las ventas millonarias de la mediocre 50 sombras de Grey; la serie de novelitas picantes de Erika Leonard James. En cuanto a Sade, el “divino marqués” Donatien Alphonse François, no era marqués sino conde (y se sabe: el que es conde, siempre esconde). Vivió entre 1740 y 1814 y produjo sus perversiones eróticas a finales del siglo XVIII, al borde del final de la gran fiesta de los Luises de Francia, para despabilar amas de casa aburridas y burgueses anorgásmicos. El actual “porno para mamás” no sería sino la enésima y descafeinada onda de choque de la explosión erótico-literaria que sacudió Europa en los siglos XVIII y XIX.
El éxito fue clamoroso. No. No fue clamoroso, sino en voz baja como corrió la noticia por los relamidos salones de Versalles. Nadie confesaba haberlo leído, pero lo habían leído todos. Al contrario de la Biblia, que todos dicen leer y casi ninguno leyó. Aquel suceso editorial le duró poco al marqués-conde. La revolución de 1789 le aguó la pascua, con prisión y todo. Sade puso de moda el hacer sufrir a la amada amante con una mano (sería en general la izquierda), mientras escribía las páginas de Los crímenes del amor (con la derecha). O viceversa. El placer mejor vendría entonces a cargo de los ambidextros.
Pero volvamos a Masoch que tiene ahora tanta actualidad. Venus en piel acaba de trepar a los escenarios porteños en una “versión” con efecto “teatro dentro del teatro”, del norteamericano David Ives. Allí reluce, una vez más, la eterna femme fatale que acaba llevando las riendas o blandiendo el látigo. Sobre esa idea sobrevuela la imagen de la tarántula y la viuda negra, que devora a su macho tras la cópula. Un sensual juego de confusión de roles entre ser un director y una actriz, amante y domador, diosa y mortal. En ese tono, también cabe La mujer y el pelele (La femme et le pantin) de Pierre Louÿs (en cine con Bardot según Vadim).
Conocida tradicionalmente en castellano como La Venus de las pieles (Venus im Pelz, 1870) la novela corta de SM desató una erótica que en los tiempos nuevos arroja mucha agua al molino del cine y el escenario. Ella, Wanda, es el ama. Él, Severín, su esclavo. En el desarrollo clásico del género, se juega el contrasentido del dominador dominado y mediante un contrato ambos se comprometen a ejercer sus respectivos roles de dominación y sumisión: servidumbre sexual, travestimiento, sexos cruzados y otras confusiones. La adaptación más reciente al cine va firmada nada menos que por Roman Polanski sobre libreto de Ives (hubo otras de Jess Franco y Massimo Dallamano).
“El dolor tiene para mí un encanto raro. Nada enciende mi pasión mejor que la tiranía, la crueldad y, sobre todo, la infidelidad de una mujer hermosa”, afirma Severín, mientras Wanda le clava su tacón, como una navaja, a la altura del corazón.
Nada es original, todo es referencial en la vida, en el sexo y el arte (lo raro, lo oscuro, lo secreto, se convierte en producto de venta libre o, mejor aún, restringida): la piel se sustituye por un símil sintético comprado en Once. Todo se trivializa. Se torna en vulgar, carente de interés.
Madonna creó polémica hace unos años cuando salió al invierno londinense vestida con cuarenta chinchillas. Rápidos y furiosos, los defensores del derecho animal organizaron una campaña de protesta acusándola de frivolidad; por un quítame de ahí esos pelos que no son tuyos. Lo perfecto es enemigo de lo posible.
La visión de La Venus del espejo, un óleo de Tiziano, de 1555, disparó en Masoch sensaciones táctiles enervantes que pasaron a la idea central de su novela. Tal vez fuera el mórbido contraste del cuerpo blanco y desnudo de la diosa, apenas velado con el manto bordeado de armiño que cubre su seno y el pubis. El dibujo que exhibe el maestro es de gran belleza, añadiendo un efecto atmosférico que parece difuminar los contornos. Ese efecto que los plásticos llaman “impresionismo mágico”.
Tiziano la conservó hasta su muerte, en 1576, tal como el maestro Leonardo mantuvo consigo La Gioconda. Algo especial deben tener ambas pinturas para que sus autores no pudieran separarse de ellas. Las dos mujeres enigmáticas son un desdoblamiento de algún repliegue arcano de estos hombres geniales y complejos.
Pocos reparan en el núcleo conceptual de la composición. Su impresionismo a la vista de cualquiera pero oculto a los que no desean verlo. Pocos reparan, insisto, en lo más curioso de la Venus. El oxímoron de Tiziano. El oxímoron combina dos opuestos para generar un tercer concepto de nuevo sentido. El óleo muestra una mujer espléndida, en el cenit de su juventud (un tanto rechoncha para nosotros, sí). La belleza manierista que influye en la madurez de Tiziano). Venus triunfante se mira en el espejo que dos amorcillos sostienen ante ella. Pero lo que se refleja en el cristal es una dama madura, de carne decadente, la mirada bobina…). Tiziano pintó lo efímero del presente, y lo enfrentó con lo implacable del futuro. Es inevitable deducir que los juegos de crueldad sexual que se desataron en Masoch son una distracción mientras la naturaleza continúa corroyendo nuestra vanidad.
Detrás del cajón de abajo de su placard (¡no lo niegue!), usted o su marido tienen escondido esos arneses que nunca se atrevió a blanquear y que podrían salvar su matrimonio del bostezo. ¡Fuera el batón floreado, los camisones de monja! ¡Vengan silicios, mordazas y corsés de acero! Como una Cenicienta vuelta princesa, o Lou Andreas Salomé de andar por casa, en cuanto se calce las botas de los tacones altos y dé tres pasos sin caerse, ¡ya le hará saber a su marido lo que es bueno! Échele al cuello la cadena de Bobbie. En cuanto regrese de la oficina, corte sobre su cabeza la barrera del sonido con un golpe de fusta y ¡a gozar y hacer sufrir, que se acaba el mundo! Usted sabe y puede.
Sea Su día apacible, mi Dueño.
Le acoja un manto de dulzura que he tejido para Usted.
Manto de hebra de seda, seda de Su azote y Su caricia;
terciopelo grana que Usted dibuja, y como tinta en papiro grava...
Y es hermosa, es hermosa Su obra...
Tantas pinceladas, tantas sombras Usted hizo color...
Y ambos dibujamos un arco iris de que creció en colores degradados.
Así fue, mi Amo...Así es, y así será...
Seguirá Usted blandiendo Su mano para destilar fervorosa pasión con Su zote;
pintará grana en la piel que hizo Suya,
grana rosado tras Su caricia.
Sus ojos serán mi espejo;
en Su fiereza y dulzura, veré mi vida.
Y Su voz, ya bramido fiero; ya dulce canto,
será, mi Amo; melodía eterna
Sea apacible Su tarde, mi Dueño.
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