Tuve un sueño, la noche de Navidad.
Yo caminaba en la playa, junto al Señor.
Nuestros pasos dibujaban en la arena, dejando una doble huella, la mía y la del Señor.
Me vino la idea, era en sueño, que cada uno de nuestros pasos representaba un día de mi
vida.
Me detuve entonces para mirar hacia atrás.
Vi todas esas huellas que se perdían a lo lejos.
Pero noté que en algunos sitios, en lugar de dos huellas, solamente quedaba una.
Volví a ver la película de mi vida.
¡ O sorpresa !
Los sitios con una única huella correspondían a los días los más oscuros de mi existencia.
Días de angustia o de mala voluntad; días de egoísmo o de mal humor; días de pruebas y de dudas, días interminables...
Días durante los cuales, yo también, había sido insoportable.
Entonces volcándome hacia el Señor, me atreví a hacerle reproches:
“Sin embargo nos habías prometido estar con nosotros todos los días. ¿Por qué no cumpliste tu
promesa?
¿Por qué haberme dejado solo en los peores momentos de mi vida?
¿En los días en que más necesitaba de tu presencia?”
Pero el Señor me contestó:
“Amigo mío, los días donde ves una única huella de paso en la arena, son los días cuando te cargué.”
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